Ultima foto que se tomara al Dr. Hildebrando A. Castellón
A mediados de 1942 aparece con su hijo
Mario Castellón Gámez,
poco antes de que este partiera a estudiar a Austin, Texas, EE.UU.
Dr.
Hildebrando A. Castellón
DATOS
AUTOBIOGRáFICOS
(Tomado
de los Archivos del club de Universitarios)
Heme aquí haciendo mi propia biografía, como si lo que he hecho en
mi vida mereciera pasar a la historia.
Pero por anodino que sea el medio ambiente en que vivimos, el relato de
algunos hechos puede tener importancia o conexión con otros de mayor envergadura.
Que me sirva también de disculpa para esta narración, la
circunstancia de que teniendo que cumplir con un requisito reglamentario de
nuestro Club, debo extractar, aunque sea burla burlando, las cosas más
importantes de mi vida, y principiar como todo buen vecino por el lugar donde
nací. Corresponde al pueblecito de
Masatepe el haberme registrado entre sus
habitantes el 1º. De noviembre de 1876, donde llegué en las primeras
horas de la madrugada. Mi madre doña
Clemencia Sánchez de Castellón, que aún vive en San Francisco de California,
con 95 años a cuesta, es originaria del pueblo mencionado y pertenece a las dos
principales y más extensas familias de
la localidad: Sánchez y Tapia. Mi
apellido paterno es leonés, o más bien
neo-segoviano, pero mi padre don Benito Castellón, que era hijo de don José
Castellón y doña Tula Corral, había nacido en la ciudad de León, donde cursó
los estudios de Medicina hasta la licenciatura.
La guerra civil del 69 le hizo emigrar hacia El Salvador, pero luego se
incorporó en las filas del Gobierno de
Guzmán hasta su terminación.
Pacificado el país se dirigió a San Juan del Norte, primero, y más
tarde a Matagalpa, donde estuvo practicando la Medicina; más habiéndose
alterado su salud, se vio obligado a buscar un clima de mejores condiciones y
se trasladó a Masatepe, donde se radicó y contrajo matrimonio. Con el ejercicio profesional y su fe
inquebrantable en la agricultura como productora de riqueza, no tardó en formar un pequeño capital que le permitió bienestar
y el poder educar a todos sus hijos, que fueron 7, en los principales colegios del país y aun en
el extranjero. Me tocó ser el mayor de
la familia Castellón Sánchez y cuando apenas tuve tres años una buena señora,
que era nuestra vecina y que me tenía especial cariño, doña Leandra de
Rodríguez, se ofreció para enseñarme las primeras letras.
A los siete años ingresé al Colegio que fundaron los padres de
familia bajo la recia disciplina del maestro español don Vicente Aracil y
Crespo.
Este bendito profesor era un rigorista cuya pedagogía, chapada a
la antigua, pretendía que “la letra con sangre entra”.
Tres años más tarde se instalaba el Colegio de San Carlos, que
tuvo por Director a Don Marcos Mairena y como Profesor a don Luis F. Corea. En
ambos colegios fui cumplido en asistir y siempre tuve buenas notas, no obstante,
de ser el más pequeño de las clases.
En 1887 me inscribí como alumno del Instituto Nacional de Oriente,
en el primer grado de Primaria, cuyo profesor se llamaba Adrián Castellón, pero
este ingreso me contrarió mucho porque mis nuevos maestros tomaron en cuenta mi
tamaño, antes que mi capacidad. Todo el
año me disputé con un joven Coffin el
primer puesto del grado pero al final obtuve nota de Sobresaliente.
En esa época llegó a Nicaragua el Presidente de Costa Rica, don
Bernardo Soto, a quien se le dio una velada y se le hicieron festejos en el
Instituto, en los cuales puse mi grano de arena.
En Mayo de 1889 pude inscribirme en el primer curso de Secundaria,
después de ganar el 2º. y 3º. Grado de Primaria en un mismo año. En las distintas clases de Secundaria casi
siempre estuve entre los más pequeños, y la buena suerte me hizo figurar en varios exámenes de Geografía,
Historia y Literatura, en acto público,
obteniendo como nota la de Sobresaliente con Mención Honorífica.
Me presenté al examen de Bachiller en CC. Y L.L. el 23 de Abril de
1893 con certificado de 32 clases. Entre
mis profesores figuraron, don Francisco Avendaño, doctor Gustavo Guzmán, don
Francisco Alfaro, doctor Carlos A. García, don Trinidad Cajina, don Camilo
Barberena, don J. Alberto Gámez, don Víctor Lesage, don Antonio Salaverry, don
Porfirio Rocha, don José María Borgen, don Federico Derbyshire y don Eduardo
Murillo, siendo a la sazón directores y al mismo tiempo profesores don José
María Izaguirre y don Pedro Higinio Selva.
Mi familia celebraba mi examen de grado con un paseo al Valle
Menier, cuando de regreso a Masatepe, ya había estallado la Revolución de Abril
contra el Gobierno del doctor Sacasa. En
el Instituto fue donde se había iniciado, muchos meses antes, este movimiento
de rebelión fomentado por hombres del ambiente político contrario al Gobierno,
y el escándalo del 22 de Agosto del año anterior, frente a la Gran Vía,
enardeció los ánimos del alumnado que sirvió, por mucho de propagandista.
Aquel Gobierno estaba desprestigiado ante el país por su mala
administración y se le sentía además, débil y tiránico. El grito rebelde del 28 de Abril me encontró
dispuesto, y el 2 de Mayo me presenté en Masaya como un perfecto
revolucionario.
Mi padre, no obstante de ser leonés, se vio compelido a
acompañarme amparado por su conservatismo progresista. Como yo saliera del instituto liberal y libre
pensador, tuve empeño en conocer a Zelaya y ofrecerle mis servicios. Zelaya era entonces uno de los triunviros del
Gobierno revolucionario y de aquella fecha data mi conocimiento de Félix P.
Zelaya y de Aurelio Estrada, dos leaders
managüenses.
Cuando estalló en León el movimiento del 11 de Julio mis simpatías
volaron hacia la Metrópoli, y después del 25, en que las tropas liberales se
apoderaron de Managua, yo corrí a Masaya donde el General Ortiz comandaba las
fuerzas victoriosas y pude acompañar, camino de Jinotepe, a la columna que
llevaba el Coronel Tapia, mi deudo y vecino.
Firmada la paz me trasladé a León, donde conocí a los Jefes liberales
que ejecutaron aquel atrevido movimiento, y a muchos revolucionarios
hondureños, entre los cuales al doctor Policarpo Bonilla. Aunque m viaje a Europa era una cosa
decidida, vino la guerra con Honduras a entorpecer mis anhelos, y mientras
tanto laboré para las elecciones de la
Constituyente postulando como Diputados por Masaya a Rigoberto Cabezas y a José
María Moncada. Las maniobras electorales del prefecto, en
combinación con el doctor Madriz, entonces Ministro de Gobernación y Policía,
nos hicieron perder la elección, y me cupo el honor de dirigir la primera
protesta al Gobierno liberal de la fecha.
Cuando las tropas victoriosas de Nicaragua regresaron de Honduras
después de derrocar al Presidente Vásquez, en mi pueblito, donde los liberales se contaban con los dedos de las
manos, se presentó el problema de enviar
una delegación a la metrópoli para corresponder a la invitación que se le hizo
a la municipalidad de participar en las honras fúnebres de los restos del
General don Máximo Jerez, en su traslado de Rivas a León, y entonces fui
designado con el General José María Moncada, para cumplir este encargo.
Me relacioné durante el viaje de Managua a la Metrópoli con el
famoso publicista don Juan Coronel y el orador colombiano Juan de Dios Uribe
quien dijo en la velada que dedicó la Universidad a la gloria de Jerez el
famoso discurso que fue tan elogiado en Hispanoamérica. Como yo también tenía que llenar mi cometido
pregunté a Moncada si era su propósito hablar en dicha velada, pues de no
hacerlo, yo leería mi discurso. El señor Moncada me respondió con vivacidad que
él lo haría.
De regreso a Masatepe comencé a preparar mi proyectado viaje a
Europa, diciendo adiós a mis amistades y liquidando las tareas periodísticas
del semanal manuscrito “El Regenerador”, que, junto con varios estudiantes
redactaba y hacía circular en la localidad.
El redactor de “El Diarito”, don Carlos Selva, prohijó en varias
ocasiones nuestros escritos.
En Junio de 1894 realicé mi viaje a París, pasando por Nueva York
y Hamburgo, fijando temporalmente mi residencia en Versalles, donde recibía
clases de francés. De la antigua ciudad
de los reyes de Francia me trasladé al Barrio Latino en París, consiguiendo en
la Sorbona que se me diera un equivalente de Bachillerato mediante la
presentación de mi diploma nicaragüense, agregando el certificado de las 32
asignaturas aprobadas y el programa de las clases de ciencias. No obstante la
deficiencia que yo tenía en el uso de la lengua francesa, logré ganar el primer
año de Medicina y sin interrupción los 5 siguientes logrando mejorar hasta la
nota máxima todas las que otorgara la Facultad en sus exámenes. Mi Tesis de Doctorado fue un bota fuego, porque revolucionaba las bases de la
antigua ciencia obstétrica. “Estudio
crítico sobre la embriotomía en el niño vivo” se intituló el trabajo, y aunque
fue atacado rudamente por dos de los profesores del jurado ante el numeroso
público que presenciaba el examen, el Profesor Pinard[1]
defendió la tesis con tal brillantez y talento que la nota más alta de la
Escuela me fue otorgada.
Por el año de 1898 tuve la desgracia de perder en Nicaragua a mi
padre, quien me llevó con todo entusiasmo a Francia donde pretendía que yo me recibiera de Doctor en
Medicina. Era para él una gran
satisfacción que yo debía coronar la carrera de médico en la más famosa
Universidad del Mundo, ya que él no había podido obtener el diploma de la misma
especie. Su muerte me puso en
dificultades económicas, pues en lugar de los cien dólares mensuales que me
giraba una casa hamburguesa, me fue suspendida la pensión. Fue entonces que, por recomendación del
Profesor Letulle[2],
obtuve una colocación de médico reemplazante
en Montrouge en lugar del doctor Lefebre. Este célebre clínico tenía la clientela de un
gran barrio parisiense y era además médico de los tranvías y del ferrocarril de
los suburbios. Además de los honorarios
que eran 750 francos de oro al mes, tenía el servicio de casa, coche y ayudantes. Con estas economías de tres meses corrí medio año, mientras mi madre arreglaba
sus cuentas y me enviaba lo necesario para terminar. Entre tanto, los estudios de derecho en los
cuales llevaba un año, fueron abandonados y todas mis energías eran encaminadas
a la terminación de la carrera médica.
Yo había soñado obtener a un mismo tiempo los dos diplomas en la
Universidad de París: el de Médico para corresponder al deseo y a los
sacrificios de mi padre, y el de Jurisconsulto como una inclinación de mi espíritu.
Un comisionista amigo me proveyó de fondos para regresar a
Nicaragua y pude completar mi biblioteca y mi arsenal quirúrgico.
Algunas
semanas después de mi regreso me instalé en Managua, siendo introducido a las
relaciones del Presidente Zelaya por don Santiago Callejas. Comencé mi labor profesional concurriendo diariamente al Hospital, donde
hice científica y sistemáticamente las
primeras operaciones con la raquianestesia.
Toda la técnica del Profesor Tuffier[3]
fue puesta en evidencia y las 17 operaciones de ensayo fueron 17 éxitos. En ese mismo año tuve la suerte de hacer en
una señorita de 24 años una nefrectomía con buen resultado, de tal suerte que
40 años más tarde todavía vive, habiendo sido casada y procreado cinco
hijos. Me dediqué al ejercicio de la
Medicina con entusiasmo practicando algunas
operaciones quirúrgicas y obstétricas, y al año siguiente fui llamado por el
Presidente Zelaya como su médico de cabecera.
En este puesto, en el que también ejercía una acción política, tuve
oportunidad de servir lealmente al Partido Liberal y de prestar algunos
servicios a varios conservadores granadinos que por causas políticas eran
encarcelados en la Penitenciaría de Managua.
Acompañé al General Zelaya en .muchas de sus
giras políticas por León, Chinandega,
Masaya, Masatepe, Granada, Rivas, Valle de
Brimont, etc., y siempre estuve atento y vigilante en calidad de médico
y amigo. Algunas veces tuve que dormir
en la habitación contigua a la que él
ocupaba como medida
de seguridad. El General Zelaya, a despecho de lo
que sus adversarios propalaban,
fue un hombre gentil, educado, con don
de gentes y maneras de gran señor; hablaba corrientemente el francés y el
inglés y para sus amigos era benévolo y
llano. Al pueblo lo trataba con bondad y
siempre fue sinceramente democrático y amigo de hacerle bien.
A
mediados de 1905 llevé a efecto mi viaje de estudios por Europa, acompañado de
mi familia, y durante mi permanencia en
París recibí credenciales para representar
al Gobierno de Nicaragua en el Congreso
Internacional de la Tuberculosis. Regresé en 1906 a tomar asiento en la
Asamblea Legislativa, pues la Constituyente del anterior había clausurado sus
sesiones, convirtiéndose en Legislativa durante mi ausencia.
Diversos asuntos se trataron en la Cámara durante los años 906 y 907, particularmente
los relativos a la ley de jurados, a la guerra con Honduras y sus
consecuencias, a la ley de divorcio llamada Ley Darío, a
ciertos contratos de empréstito y de ferrocarriles y a determinadas
providencias económicas.
Con la muerte de mi
padre en 1898, el capital de mi familia entró en crisis de tal manera. que tuve
que ponerme al frente en 1901 para
reponer lo perdido, saldar todas las
cuentas pendientes y obtener en 1903 un Superávit
de mil quintales de café y algunos millares de pesos. Fue entonces que escogí
el momento para verificar mi casamiento y fundar el hogar que en 1938 llegó a
su término con la muerte de mi esposa doña Leonor Gámez de
Castellón. .
Desde mi regreso de Europa en 1906 estuve mezclado en el laberinto
político: en el Cuerpo Legislativo como Diputado; en las Conferencias de Paz de
Amapala como colaborador del Ministro Gámez y por último en los proyectos y
decisiones de la Convención Liberal Nacionalista, que comprendió temprano los
peligros que corría el partido y lo espinoso del camino por recorrer.
Con el grito de rebelión del 10 de Octubre de 1909, en Bluefields
creímos al principio que el Partido Liberal se salvaría, pero bien pronto, con
la caída de Zelaya y el derrumbe general, nos percatamos que era la inevitable consecuencia de los errores
cometidos por aquellos que estuvieron
sordos al clamor de los partidarios. E1 Club de Liberales de Managua, asesorado
por otros correligionarios orientales, en una
reunión que tuvo en esta capital
en casa del doctor Cerda, me encargó a principios del Gobierno de Madriz
pedirle que unificara el partido para salvarlo,
pero este se mostró incomprensivo y soberbio, no tardando en llegar al
fracaso.
En Agosto de 1910, tan
luego la revolución se acercó a Granada,
formé parte de la comisión del armisticio
que nombró el Coronel José D. Estrada, encargado del Gobierno al retirarse Madriz, para tratar de los
preliminares de paz y desempeñé mi cometido, leal a las
instrucciones y a mi condición de liberal. Días después, cuando entró la
Revolución a Managua, fui encarcelado y el
13 de Febrero de 1911 con motivo
del incendio del polvorín del Campo de Marte, se me aprisionó nuevamente y fui ubicado en la Penitenciaría, donde
estuve engrillado e incomunicado hasta que se me ofreció la salida si optaba
por el destierro.
El motivo de estas
medidas nunca lo supe y en lo
relativo al polvorín parece ser que los mismos conservadores disidentes fueron los ejecutores.
A principios de Mayo de
1911, mientras yo me
embarcaba en Corinto con rumbo a
El Salvador, los generales Juan Estrada, Presidente
y José María Moncada, Ministro de
la Gobernación, eran depuestos y enviados al puerto para continuar su viaje
hasta los Estados Unidos. La rueda de la
fortuna daba vueltas. La nave del,
Estado continuaba esta vez bajo la dirección de. don Adolfo Díaz como Jefe y
del General Luis Mena como Ministro omnipotente.
Asilado en El
Salvador, pronto me fue reconocido mi diploma de Doctor en Medicina de la
Facultad de Paris y de Nicaragua, y pude
ejercer mi profesión. El doctor Manuel E. Araujo, entonces Presidente de
aquella República, me trató con toda deferencia y consideración. Mi permanencia en El Salvador, donde luego
estuve reunido con mi Familia, pudo
haber sido fructífera y provechosa
si las angustias del emigrado no
me hubiesen cobijado, pero tuve que compartir mis actividades entre necesidades
profesionales y patrióticas. En mi casa encontraron alivio todos los
compatriotas que reclamaron protección,
aun los falsos correligionarios, y mis hijos recibían instrucción en los
Principales centros educativos. Con el
doctor Gustavo Guzmán y otros compatriotas fui fundador de la “Liga Patriótica
Centroamericana”, cuyo Comité Central de San Salvador agitó la opinión pública
de Centro América y llevó ante el Gobierno y pueblo de los Estados Unidos el
clamor y la protesta de estos pueblos, con motivo de la ocupación de Nicaragua.
Durante mi permanencia en San Salvador publique dos folletos políticos
que reflejaban el pensar y el sentir de
los liberales en exilio: el uno se llamó
“Pro-Patria” y el otro “Liberales frente al Gobierno de Díaz”.
Habiendo perdido
en San Salvador
una de mis
hijas menores, bien pronto, a mediados de 1913 me trasladé
a Guatemala, donde ya me había precedido
mi familia, y abrí mi clínica con bastante éxito y provecho.
Me tocó en suerte en 1915 recibir y asistir a Rubén Darío que venía de
Nueva York, donde una pneumonia había puesto su vida en verdadero peligro, pero
la protección del Lcdo. Estrada Cabrera
hizo menos difícil rescatarlo y ponerlo en condiciones de escribir sus últimas
composiciones poéticas: Pallas Atenea
y el Soneto a doña Joaquina. Embarcose Darío para Nicaragua a fines de
1915 y bien pronto, en febrero de 1916, falleció en León entre el pesar de sus amigos.
Regresé por este tiempo a la patria, acogiéndome a un decreto de
amnistía aunque encontré tropiezos y
dificultades rompí el aro de hierro, llegando a tiempo de asistir a las
exequias del poeta en nombre del Partido Liberal. Tres semanas más tarde, mientras visitaba mi
pueblo natal, una orden del Jefe
Político de Masaya me tomaba en Masatepe
y me despachaba con dos policías a Corinto, sin derecho a detenerme en Managua.
Ante semejantes
procedimientos, dispuse burlar la providencia gubernativa ya fuese
por la astucia o
por la violencia,
y habiendo encargado a una persona amiga de ponerme una
bestia aperada en el trayecto de Masaya a Managua, me arrojé del tren cerca de Sabanagrande sin que los guardias pudieran seguirme por la velocidad que llevábamos. Un amigo me escondió en una de las haciendas
que se encuentran en el camino
de Tipitapa, de donde
me trasladé algunos días más tarde a los Brasiles y luego
a Managua. Pedí amparo a la Corte Suprema en términos bastante fuertes para el
Gobierno y mi abogado, que lo era el
doctor Saballos me comunicó bien pronto que el
Ejecutivo consentía en darme
un salvoconducto si se retiraba el escrito de amparo presentado a la Corte. En este asunto se interesó el General Humberto Pasos D, entonces Jefe
Político de Managua.
De mi escondrijo salí
a hacer propaganda por la candidatura liberal de
Julián Irías, pero
habiéndose reunido una
Asamblea de mil liberales en el
Teatro Variedades, esta me designó por
elección para ser Jefe en toda la República.
Después de un trabajo intenso de unificación y propaganda, el Partido
proclamó a Irías su candidato; pero fue vetada
esta candidatura por la Legación
Americana y estorbada por todos los medios de que disponía el Gobierno. El
liberalismo se abstuvo de concurrir a las elecciones y el Partido
contrario no tuvo competidor. El Partido
Liberal empezó a comprender que debía cambiar de táctica y
procurar un acercamiento al Gobierno americano.
La Directiva liberal a fin
de estar mejor Informada y buscando un entendimiento para tomar nuevas
decisiones, me comisionó junto con otro liberal para conversar y tomar
orientación con el Ministro de Estados Unidos.
Durante ejercía el
Poder el General Chamorro, la Junta Directiva del Liberalismo, de la cual era yo uno de
sus miembros, me encargó la fundación y dirección del periódico “La
República” en mi calidad de Secretario, con dos compañeros más, que al
principio me ayudaban como
colaboradores. Un año después, en
1919, “La República” moría por falta de recursos y por el falaz trabajo de
otras empresas particulares que querían hablar en nombre del Partido.
En 1920 me
empreñé tesoneramente por el triunfo liberal que esta vez navegaba en consorcio con el
Unionismo y el Progresismo, y se logró
enviar una comisión a Washington, inadecuada por la calidad de sus
componentes, y cuyo resultado fue nulo
en el terreno de 1a práctica. El
candidato González de la Coalición, no obstante de representar la mayoría, fue
derrotado y proclamado legalmente Presidente don Diego
M. Chamorro.
El señor Chamorro
llegó a la Presidencia y pronunció unos tantos discursos agresivos y
amenazadores y entonces el liberalismo
se organizó militarmente y formó varios comités revolucionarios que un poco más tarde se fusionaron en el
Comité Central, del cual fue Presidente
el que estas líneas escribe. Más de 14
generales estaban afiliados. Denunciados al Gobierno, por una lengua
traidora, comenzaron las persecuciones que pronto terminaron con el movimiento
abortado de Las Sierras. Antes de estos
sucesos y antes del movimiento de La
Loma proyectado por el doctor Castrillo, hubo una intentona en la que figuraba
como jefe civil un personaje conservador, a condición de que el
control de las armas quedara en mis
manos como garantía para el liberalismo, pero este convenio fracasó por intransigencia o por falta de buena fe.
El año 22, cuando los sucesos de Las Sierras, fui
sorprendido una madrugada en mi finca
de Brito por una escolta de 25 hombres al
mando del Agente de Policía de Tola, y como a la hora intempestiva de las 2 de la madrugada no era muy oportuna
para aquella soldadesca que había caminado desde Rivas toda la noche
(6 leguas) logré después de una invitación para tomar café, escabullirme en la
montaña y burlar al agente militar, a
quien, un día
que marchaba solo en un
camino estuve a punto de capturar y llevarlo a La Cueva, a orillas del
mar, que me servía de refugio; pero una vertiginosa carrera que terminó en la plaza pública de Tola, lo
salvó. Durante las dos semanas que duró esta persecución sufrí un accidente fracturándome la rótula y me vi precisado a
refugiarme en Sucuyá, donde restablecí.
Con muy buen acuerdo,
don Diego M. Chamorro dio un decreto de amnistía y procuró la conciliación
olvidando lo pasado. Por mi parte
establecí en Rivas mi clínica,
reorganicé al liberalismo
departamental y cuando don Diego falleció en Managua yo empecé nuevamente mis actividades políticas. El año de 23, siendo Secretario nuevamente de
la Directiva Suprema del Partido y
después de haber ejercido las funciones de Convencional, tomé parte el año 24
en el Convenio con don Bartolomé
Martínez y don Carlos Solórzano y fui electo
Diputado por el Departamento de Rivas.
Trasladado a Managua
tomé asiento en la Cámara y me enfrenté a las circunstancias políticas
del momento. Los adversarios, una vez
asido el liberalismo al Gobierno eran: don Carlos, los conservadores y una fracción liberal. Las Cortes de Justicia, las Jefaturas
Políticas, los Directores de Policía, los Administradores de Rentas,
etc., etc., fueron designados;
pero el Presidente no cumplió con sus compromisos de candidato y poco a poco
fuimos llevados al 25 de Octubre de 25 y al 16 de Enero de 26. A Moncada, que era jefe militar, contribuí a sacarlo de
Nicaragua como el 10 de Enero y siendo miembro de la Directiva rehusé
la propuesta conservadora
(Chamorro, Díaz. Cuadra
Pasos) de destituir a Sacasa de la Vice-Presidencia, y como
Diputado defendí al mismo Sacasa en el
Congreso de la acusación que le lanzó un diputado conservador, y con otros
compañeros firmé una protesta. Más tarde recurrí a la Corte Suprema de Justicia
pidiendo amparo para, Sacasa destituido de la
Vice-Presidencia y acusado. En Octubre de 26, siendo Secretario aún de la
Directiva Liberal concurrí a las Conferencias del Denver, después de obtener
salvo conducto del Gobierno y de la Legación Americana a cargo
de Mr. Dennis, para 38 correligionarios.
Embarcado el 23 de Octubre en el Ecuador con rumbo a El Salvador,
me trasladé 15 días más tarde a Guatemala después de haber escrito a
Sacasa que debía marcharse a la Costa Atlántica de Nicaragua aunque fuese al
nado. Acompañé a Sacasa en su viaje de
fines de Noviembre y en Puerto Barrios
fuí comisionado por los 40 firmantes del acta conminativa, para significarle el ultimátum: viaje a Puerto Cabezas o Dimisión.
También fui comisionado
para ofrecerle dos agentes que encontraran en Belice el barco que necesitábamos
y estos fueron don Julio Portocarrero y
un señor Salamanca. En Puerto Cabezas
me llamó Sacasa para decirme que
no me daba un Ministerio porque lo estaban
estrechando los otros amigos, pero que pondría como Subsecretario a un cuñado mío. Repliqué: no vine por ambición de puestos, en
Managua dejé ml asiento de Diputado ganado en regla y tengo todo 1o que podría
necesitar; vine aquí por el Partido Liberal.
Lo primero que hice a
poco de haber llegado a Puerto Cabezas fue inaugurar el Gobierno de Sacasa,
para 1o cual se reunió un remedo de Congreso bajo mi Presidencia y colaborando
como Secretarios el doctor Cordero Reyes
y don Francisco
Sánchez: Todos éramos miembros
del Congreso Nacional de Managua, pero la circunstancia de haber sido parte de
la Directiva del Congreso me daba derecho a
presidir, y fue en esta calidad que pude
consagrar, en nombre de 1a Constitución y sobre todo del ejército, al
Presidente Sacasa, heredero legítimo de
don Carlos Solórzano, no sólo por ser
Vice- Presidente, sino también
por adolecer aquel de taras orgánicas y mentales.
Después de haber
organizado el Comité de la Cruz Roja y el
Hospital de Sangre, me trasladé el 4 de Enero a Prinzapolka donde estaba Moncada reorganizando su ejército para
continuar hacia el interior. Bien sabido
es que desde el 23 de Diciembre el doctor Sacasa, quedó desarmado en Puerto Cabezas y casi prisionero, al mismo tiempo que Moncada daba
la batalla de Laguna de Perlas donde las fuerzas del Gobierno fueron derrotadas
y le proporcionaron un fuerte botín.
Como yo encontraba al
General Moncada afectado de una pulmonía me dedique a curarle, pero era tan
angustioso el momento que él me pidió
le acompañase en el suampo, a
1o cual yo
accedí con gusto. En Bis-Byla,
después de remontar el río Prinzapolka, me dijo el General
Moncada: Como Delegado
del Ejecutivo te
nombro desde hoy Ministro General, pero como no llevamos Cuerpo
Sanitario te ocuparás como Jefe Militar y de la Cruz Roja. Yo llevaba de Puerto
Cabezas algunos elementos para las curaciones y bastante quinina para los
palúdicos, y aunque salí con 8 ayudantes, al entrar a la montaña no tuve más que dos. Seis días después estábamos en la Cruz de Río
Grande habiendo atravesado el llano de Macantaca. Con algunas columnas de ejército llegamos a
Matiguas el 9 de Febrero, habiendo hecho
una de las Jornadas más penosas, difíciles y arriesgadas que un soldado puede
hacer en Nicaragua. Ni el agua, ni el
lodo, ni los insectos, ni las piedras, ni la falta de comida; ni
ninguno de los elementos con que el
hombre es obstaculizado en aquella región, fueron suficientes para coartar o
disminuir siquiera el ímpetu con que
atravesaron los soldados de aquella epopeya la manigua
nicaragüense. En Tierra Azul, Lomo de Caballo, Palo Alto,
Cumaica, Las Mercedes y Teustepe, asistí
a diversos combates, habiendo perecido
mi cabalgadura en uno de tantos.
Estando en Boaquito me
tocó recibir y parlamentar con la
comisión enviada por el Coronel Stimson, mas
en presencia de las instrucciones
que traían los comisionados, me vi
obligado a Llamar al General Moncada, quien inmediatamente resolvió la
cuestión armisticio. Dos horas más tarde
mientras los autos regresaban del campamento del General Víquez, nosotros. Moncada y dos
compañeros más, tomábamos el camino de Tipitapa a donde
llegamos hacia la media noche del 3 de Mayo, chapoteando lodo y bajo la
lluvia. El 4 por la mañana nos
avistamos con el Ministro
Eberhard, el propio Coronel
Stimson y algunos otros que llegaran a
las conferencias; también Arguello Espinosa y Cordero Reyes estuvieron en aquella cita.
Después del lunch, donde tuve una pequeña platica en lengua
francesa con el representante de los Estados Unidos, platica en la cual él me manifestó veladamente que no era Delegado
de los Estados Unidos sino simplemente representante del Presidente, me hizo
comprender que habiendo sido reconocido don Adolfo Díaz
con anticipación a aquellos
sucesos no podía rectificar el señor Coolidge, pero que él haría todo lo
posible por orientar los arreglos en el camino de !a justicia, que en este caso era la voluntad de
la mayoría de los nicaragüenses. Vivamente le interrumpí diciéndole: “entonces,
el señor Presidente es como el Papa. infalible,
no se equivoca”. Mr. Stimson sonrió y me dijo “así es más o menos”. Poco
después, habiendo conversado con el General Moncada los delegados, se dio por
sellado lo que se ha llamado “Los Pactos de Tipitapa”.
Pocos días después, desarmado el ejército de ambas partes y confiada la policía general de la República
a los soldados americanos, yo volví a Managua con el ejército y ocupe
nuevamente mi puesto de Diputado en el
Congreso. Reintegrados los Magistrados, Diputados
y Senadores que habían sido suplantados y reorganizado el país de
acuerdo con los pactos, procedimos a
prepararnos a fin de hacer la campaña electoral de un modo intensivo y eficaz.
La Presidencia del general Moncada en el
siguiente periodo no era dudosa, pero también debíamos triunfar en los comicios
los que la apoyamos y habíamos luchado por restablecer los fueros de la
ley. Al propio tiempo que hice campaña
por la Presidencia de Moncada, trabajé por mi Senaduría en el Departamento de Managua, de
manera que habiendo sido incorporado al Senado tuve ocasión de conocer el
resultado legal de la elección presidencial.
Algunos meses más
tarde fui enviado a Francia en calidad
de Ministro Plenipotenciario, donde permanecí algo más de dos años. Llevé también credenciales para la República
Checoeslovaca. Los Cónsules todos de Nicaragua en Europa estaban bajo
mi jurisdicción en la cuestión económica. Durante mi permanencia en el
Viejo Continente se verificaron dos hechos
importantes: el referente al nombramiento por la Santa Sede del Obispo
de Matagalpa, en el cual colaboré
declarando que Monseñor González y Robleto era persona grata al poder civil y que reunía cualidades para
el puesto a que se le destinaba; y
el segundo, fue
el terremoto de Managua y sus
consecuencias. De todas partes hubo manifestaciones de simpatía por este
suceso y la Nación Holandesa, particularmente, agregó a esas manifestaciones su
óbolo generoso.
De regreso a Nicaragua, a
fines de 1931, volví a ocupar mi puesto
en el Senado y poco después, a mediados de
1932, varios, de mis amigos lanzaran a la consideración pública mi
candidatura para Presidente de la República.
Hubo distintos episodios en la lucha electoral y cuando ya la Convención
Liberal reunida en
Managua adoptó como fórmula para la elección la candidatura
Arguello-Castellón, vino la mano del interventor, el Almirante Woodward, quien
anuló todo lo actuado y ob1igó al Partido Liberal a que tomase como candidato
al doctor Juan B. Sacasa, cuya capacidad política ya se había puesto de
manifiesto durante la emergencia pasada.
No nos dimos por
derrotados, y antes por el contrario, con ayuda de algunos partidarios y
aprovechando la única puerta que dejaba abierta la ley electoral, procedimos a
levantar un acta de petición de 14,500 electores autenticada notarialmente cada
firma hasta completar el número.
Pero algunos amigos
liberales nos hicieron ver que el adversario conservador se aprovecharía de
nuestra división y que indefectiblemente el Liberalismo perdería la elección en
cada una de sus ramas. Sacasa que bien se dio cuenta, nos llamó a conciliación
y bien pronto en su compañía, recorrí los cantones de los pueblos orientales suplicando a los amigos que
votasen por él en fuerza de la disciplina y obedeciendo a la ley de conservación. Sacasa en medio de sus Promesas, le aseguraba a las masas que no era
posible formar un Gobierno Liberal sin
tomar en cuenta a sus columnas, que éramos
Leonardo y yo, y que él juraba
mantener la unidad del Partido. Nada de
eso cumplió y en 33 cuando fuí electo
Presidente del Senado en oposición a sus
amigos, se alarmó tan profundamente que
me fui donde él a decirle. “No se
preocupe Ud. por mi elección, pues mi
calidad de liberal me impone la obligación de acuerparlo mientras permanezca dentro del marco del
liberalismo”. Me hizo mil protestas y me
aseguró que mi Presidencia del Senado la había obtenido con todo su gusto y
apoyo.
Los manejos económicos
y de política anti-liberal ejercidos por Sacasa enojaron bien pronto al
pueblo que veía con malos ojos las complacencias y debilidades de su
Gobierno, hasta el punto de que el 30 de Mayo, después de una Asonada en la
Costa Atlántica y un cambio de proyectiles, muy ligero, entre la Casa
Presidencial y el Campo de Marte, el Presidente abandonó el Gobierno, que pasó
a manos del Ministro Irías y luego a las del doctor Carlos Brenes Jarquín, a
quien nombró el Congreso como sucesor.
Por estar enfermo en
aquel momento no tomé parte activa en el
cambio de Gobierno pero el Jefe virtual del movimiento me mandó a
ofrecer la Cartera de Instrucción
Pública; mas habiéndose presentado la dificultad de que ninguno de los amigos
quería hacerse cargo de la Legación en México, donde
nuestras relaciones no estaban bien y podían negarnos el reconocimiento, yo
acepté y pronto, sin miedo a los emigrados y al sandinismo, obtuve del Gobierno
del General Cárdenas el reconocimiento y apoyo solicitados, siendo despedido al
dejar mis funciones en México con un banquete del Gobierno y otro del Cuerpo
Diplomático en señal de aprecio y distinción.
El Ateneo de Ciencias y Artes de México me hizo el honor de nombrarme Socio Honorario
y dicté en su tribuna una conferencia histórica que fue publicada por cuenta
del Ministerio de Relaciones Exteriores, en un libro especial; la Sociedad de Geografía e Historia también me hizo socio
y varias colectividades científicas me dispensaron en la Patria de Juárez
distinciones y homenajes de los cuales quedé agradecido.
Poco antes de regresar
a Nicaragua hice viaje de México a San Francisco de California, recorriendo en
auto la distancia en seis días. Me
propuse visitar a mi anciana madre que por más de quince años se había
ausentado de Nicaragua para vivir en aquella urbe del Pacífico y a quien probablemente daría mi
último beso. Desde el 24
de Diciembre de 36 hasta el 6 de Enero
de 37 pude rodear de atenciones y mimos
a la autora de mis días, regresando a México donde preparé mi vuelta a
Nicaragua que se verificó en el mes de Febrero inmediato.
Tarde poco en Managua,
pues el Presidente Somoza creyó oportuno enviarme a Tegucigalpa, donde tuve la buena suerte de ser bien
recibido por el Gobierno de aquel país que me prodigó de honores y
agasajos. El proyecto de tratado comercial que
yo presenté y que tenía probabilidades de ser aceptado, fue reemplazado por otro que envió
el Ministro de Relaciones Exteriores de Managua, el cual recibió rechazo de plano. Nada valieron
mis observaciones al superior y el fracaso lo cargué a las órdenes recibidas.
De Honduras pasé a Guatemala con el mismo carácter de Enviado
Extraordinario y Ministro Plenipotenciario habiéndome trasladado con casi toda
mi familia. En una visita que hice a Managua, ocurrió la tragedia que acabó con
la vida de mi hijo
Benito, ultimado casualmente por mano de uno de sus amigos. En mi familia esto fue un cataclismo. Mi señora e hijos llegaron de Guatemala al día siguiente del suceso y días más tarde regresamos a aquella capital, donde se desarrolló la enfermedad cardíaca que meses más tarde llevó a la tumbas a mi compañera.
Benito, ultimado casualmente por mano de uno de sus amigos. En mi familia esto fue un cataclismo. Mi señora e hijos llegaron de Guatemala al día siguiente del suceso y días más tarde regresamos a aquella capital, donde se desarrolló la enfermedad cardíaca que meses más tarde llevó a la tumbas a mi compañera.
Durante mi permanencia en Guatemala presenté a su Gobierno un
proyecto de tratado comercial a base de libre cambio y no obstante de que este
proyecto había sido lanzado por Guatemala años atrás, en una reunión de
plenipotenciarios centroamericanos, esta vez se mostró renuente, ofreciendo
presentar un contra-proyecto.
Se verificó en aquella capital el Primer Congreso Sanitario
Centroamericano, con asistencia del representante de Panamá y Estados
Unidos. En esa ocasión fui designado
como Vice-Presidente de dicho Congreso.
Obligado por la enfermedad de mi señora me vi en el caso de
renunciar al puesto de Ministro que desempeñaba en aquella capital, donde el
Gobierno y la sociedad me habían tratado con gentileza y distinción.
De nuevo en Nicaragua, tuve la pena de perder a mi esposa algunas
semanas después de haberme hecho cargo del Ministerio de Instrucción Pública y
Educación Física. Este golpe y el
cansancio moral y físico a que me obligaban mis nuevas funciones, quebrantaron
mi salud profundamente habiendo dimitido y retirándome en vacaciones en Junio
de 1940. Durante mi corto período en el
Ministerio recibieron apoyo decidido las Escuelas Normales, la Biblioteca
Nacional, los Institutos de León y Granada que fueron seriamente reparados; se
emitieron reglamentos y programas de enseñanza sobre bases modernas, se crearon
nuevas escuelas y se clasificó el personal según su moralidad y capacidad
educativa; se publicaron varios libros didácticos, se formaron colecciones para
libros de lectura, se fundó nuevamente la revista y se mantuvo estrecha
vigilancia en lo relativo al orden, alimentación e higiene del alumno.
Electo Diputado por el Departamento de Zelaya, en Septiembre de
1940, ocupo asiento en el Congreso Nacional por quinta vez.
Miembro fundador de la
Academia de Geografía e Historia de Nicaragua; miembro del Ateneo de
Masaya, del Club de Universitarios de esta capital, de la Sociedad Médica de
Managua (de la que fui uno de sus fundadores), de la Asociación Médica
Nicaragüense, de la Sociedad de Escritores y Artistas Americanos, Sección de
Nicaragua; autor de varios libros y folletos; fundé y redacté la revista “La
Linterna” y el diario “La República”, órgano oficial del partido Liberal
Nacionalista, colaboré en muchos periódicos y actualmente he recibido el honor
de ser electo Presidente de la Sociedad Médica de Managua.
Ajustando mi vida a normas que he pensado naturales y sociales,
contraje segundas nupcias el año anterior con la Señorita Anita Gámez, y ahora
espero que el último capítulo sea otro el que lo escriba.
Dejo dos hijos varones, Hildebrando y Mario, que responderán por
mí a la posteridad.
Mi triple calidad de profesional, hombre político y escritor me ha
obligado a entrar en pequeños detalles y escribir lo bastante para causar el
aburrimiento hasta del más benévolo y paciente de los que me quieran leer.
H. A. Castellón.
Managua, D. N., Enero de 1942.
( Nota: Los pies de páginas
fueron introducidos por Mario H. Castellón Duarte)
[1] El Profesor Pinard fue un
famoso obstetra francés inventor del estetoscopio que sirve para escuchar al
feto, creador de la escuela que lleva su
nombre introduciendo el aborto terapéutico en Francia.
[2] Connotado Patólogo francés (1853-1929) Promotor del método de su
nombre, de evisceración en bloque en las
autopsias.
[3] Tuffier autor de
“I'anesthésie médullaire chirurgicale par injection sous-arachnoidienne
lombaire de cocaîne” el método es inyectar una solución de cocaína entre la
tercera y la la cuarta vértebra
lumbar,. Tuffier dice "La anestesia espinal de la cual pienso
fui descubridor, fue probada y luego abandonada por Bier, y para mí fue el
centro de mis investigaciones entre 1899 y 1902. Yo establecí la técnica, los
agentes que la producen, sus ventajas y desventajas así como sus indicaciones
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