domingo, 12 de junio de 2016

Darío en Guatemala por Dr. Hildebrando A. Castellón




De Izquierda a derecha:  Dr. Hildebrando A. Castellón,  

Rubén Darío y Alejandro Bermúdez


DARÍO EN GUATEMALA


(TEXTOS DARIANOS SEMIDESCONOCIDOS)

 

    Era el año de 1915.       Rubén Darío, acompañado del orador nicaragüense don Alejandro Bermúdez, alejándose de los campos de guerra europeos embarcose en Barcelona, rumbo a los Estados Unidos.  El eco de los cañones y el espectro de la matanza llenaron de tristeza el corazón de nuestro poeta y con el auxilio del Márquez de Comillas pudo llegar a  las tierras del Hudson a predicar PAZ Y JUSTICIA.

 

    En Nueva York, Darío   leyó el 4 de febrero en la Universidad Columbia su gran poema Pax y recibió las generosas y admirativas felicitaciones del millonario Huntington; pero un día la fiebre le clavó en una cama del Hospital y se le desarrollo en una neumonía; mientras tanto, los recursos escaseaban y la situación se tornaba para nuestro compatriota lúgubre, y sombría.

 

   El Licenciado Estrada Cabrera, entonces Presidente de Guatemala, informado por sus agentes o cónsules de la crítica situación de Darío, ordenó que se le  auxiliase con esplendidez y tan luego pasó la tormenta y entró en convalecencia, el Dictador guatemalteco, que también tenía aires de Mecenas, ofrecióle la hospitalidad patria, grata por el clima y brillante por la generosidad.

 

   Darío tomó pasajes para Guatemala y en breve sus amigos y compatriotas corrimos a su encuentro felices de verlo y de admirarle más de cerca. De la estación ferroviaria el landó presidencial que conducía el Gral. Heussler, jefe del Estado Mayor guatemalteco, llevó a Darío al Hospital Imperial donde fue regiamente atendido.  En el landó tuvimos también asiento el hijo de Rubén, hoy Rubén Darío C. y el suscrito.

 

   Como Darío se sintiera débil y con una salud precaria me pidió que le examinara como médico y le aplicara un tratamiento.

 

   Procedí en consecuencia y desde el día siguiente empecé a medicinarle poniéndole una serie de inyecciones hipodérmicas  que paulatinamente le dieron vigor y ayudaron a su restablecimiento; pero debo confesar que cada una de las aplicaciones le causaba a nuestro ilustre amigo una crisis de nervios, tal era su Naturaleza hiperestésica y su virtud extra-sensible.

 

   No tardó Darío en sentirse restablecido y un día, después de haber hecho su primera visita al Licenciado Estrada Cabrera, tuvo un rato de expansión que le impulsó a frecuentes libaciones, permaneciendo por tres semanas en estado de semi-intoxicación alcohólica.  Aquella vez su bebida favorita era el oporto G. Repuesto de aquellos achaques reincidió un mes más tarde y entonces su sed espiritosa se calmaba con un whiskey and soda.

 

   En el entretanto, el presidente Estrada Cabrera se preocupó de la salud del laureado bardo y encargó a su médico particular, el doctor Fonseca, y al Decano Dr. Rosal de visitarlo y establecer su asistencia; pero Darío que con algunas cosas perdía la modestia y la timidez habituales, los rechazó diciéndoles que no necesitaba de veterinarios y que él tenía su médico que era discípulo de Bouchard.

 

   Supo Estrada Cabrera la especie y me hizo llamar para decirme lo siguiente: “He sabido que Ud. es amigo de Darío y que como yo, se interesa por su salud; además, parece que como médico, solo en UD. tiene confianza y por eso deseo poner a sus órdenes todo lo que necesite para activar su curación.  Tanto el jefe del Estado Mayor, como el Coronel Raquíam, Director de la Policía tienen instrucciones para atenderle y el Gerente del Hotel ya sabe que debe obedecer sus prescripciones al pie de la letra.”  Los deseos presidenciales, efectivamente, coincidían con los míos y resolví desde aquel momento proceder manu militari.  Corrí al Hotel y con objeto de impresionar a nuestro enfermo le tuve este lenguaje:

 

   Me llamó el Licenciado para decirme que debes estar bueno dentro de ocho días y como ni tú ni yo nos vamos a burlar de esa orden, es preciso que me ayudes a cumplirla.

 

   Una crisis violenta produjo a Darío aquellas noticias y casi gritaba pronunciando estas palabras...... Siberia.....Legación Alemana..... Horror! Cuando se aquietó un poco saqué un papel y escribí:

   Whiskey....... 15 gramos. Una dosis cada tres horas –y luego firmé.- Le tendí el papel y añadí:

“que vaya el criado a la cantina por este medicamento y que tenga el cuidado que sea exacto.”

 

   Así se percató Rubén de que se trataba de una copa de su licor favorito, me abrazó y con una indecible satisfacción gritó: “Guzmán, vaya a la cantina con esta receta “. Y como el criado bonachón no comprendiera, le arrojó con violencia el plato que tenía en la mano y que contenía los trozos de carbonato de magnesia con que calmaba su acedía  Poco después llegaba el “trago” y días más tarde Rubén salía de paseo por los baños del Sauce.

 

   Como se aproximaba el aniversario de la muerte de doña Joaquina, madre de Estrada Cabrera, Rubén compuso para aquella fecha un soneto que fue muy apreciado por el Presidente de Guatemala.

 

DR. HILDEBRANDO A. CASTELLÓN

GUATEMALA-1915

(GRADUADO EN PARÍS-LA SORBONA -1900)

 

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