sábado, 11 de junio de 2016

«BIOGRAFIA DE B E R N A B É S O MO Z A» 1815 -1849

«HILDEBRANDO A. CASTELLON»

«A P U N T E S  H I S T Ó R I C O S»

«BIOGRAFIA
DE
B E R N A B É  S O MO Z A»
1815 -1849


   La leyenda recogida por la tradición y acreditada por historiadores y cronistas de los principales bandos políticos en que está dividida la opinión de Centro América, ha querido que el célebre guerrillero BERNABÉ SOMOZA, que figuró en las luchas armadas del Istmo Centroamericano y particularmente en las de Nicaragua, su tierra natal, fuese una malla sangrienta tejida por crímenes inauditos.

   Figuró en diversas luchas colectivas donde puso a prueba su valor y en los encuentros de hombre a hombre mostró esfuerzo singlar y osadía. Pero aparece también como hombre cruel y asesino, como bandido feroz, blandiendo la lanza y levantando a infelices mujeres y niños que dejaba despanzurrados a la vera del camino o como salteador que despojaba de sus haberes a comerciantes y gente acomodada. A Somoza le han presentado como un ogro, alcohólico terrible y quizá desequilibrado. Sus enemigos esparcieron esta leyenda para justificar el oprobioso cadalso a que le condenaron y a través de este prisma es que le conoce el vulgo; pero una investigación serena e imparcial nos revela a Somoza tal como fue: un caudillo de su tiempo y no un jefe de gavilla.

BERNABÉ SOMOZA


   Entre los nombres que más se han discutido en la historia moderna de Nicaragua, por los relieves de su leyenda, por sus ideas de democracia por lo heroico de sus actos desordenados y mal dirigidos, está el de Bernabé Somoza. Juzgado con criterio prestado al ambiente partidarista que formaron los contrarios, historiadores como Montúfar y Gámez, han sido severos y a veces injustos con Somoza que mucho antes que ellos luchó por las ideas democráticas y el implantamiento de los principios de libertad e igualdad tan caros al Liberalismo. Por otra parte, nos parece natural, dada la idiosincrasia política de la mayor parte de nuestros escritores, que hombres como el Licenciado Pérez y otros que escribieron a través del prisma conservador sobre aquellos sucesos y sus hombres, se hayan dejado influenciar por la atmósfera que les rodeaba, sin filtrar la verdad. A instancia de algunos descendientes de aquel hombre que hirió la imaginación popular con el brillo de sus hazañas y en perspectiva de una rectificación histórica, me decidí a investigar para escribir los rasgos más salientes de aquella vida que fe breve y terminó en un odioso patíbulo.

   Bernabé Somoza nació el 11 de Julio de 1815. Fue hijo de Fernando Somoza, criollo español, y de Juana Martínez, mestiza. En el hogar Somoza-Martínez, además de Bernabé, vinieron al mundo Francisco, Anastasio y Manuela Somoza que formaron una modesta y honorable familia. Trasladados a Jinotepe, los Somoza fueron bien recibidos y apreciados en aquella sociedad donde figuraron en primera línea. Todos bien parecidos, honrados e inteligentes, lograron en pocos años adquirir un pequeño capital que les permitió una vida acomodada.
Manuela Somoza, la hermana única de los Somoza, mujer bella y enérgica, se casó con un señor Tapia, de Masatepe, y es la abuela materna del General José María Moncada. Los Somoza tenían en los alrededores de Jinotepe una finca que cultivaban con éxito y donde pasaban gran parte del tiempo. El padre de los Somoza, don Fernando, era médico empírico, hombre de aspecto agradable y maneras cultas; pero vivía en Jinotepe otro ciudadano, don Leandro Matus, también curandero, de buena familia; y por aquello de ejercer el mismo oficio, era rival y casi enemigo del jefe de la familia Somoza.

   En los pueblos pequeños y por los tiempos en que estas cosas sucedían, no había confraternidad, ni solidaridad profesional, ni cortesía al estilo actual, sino que cada cual veía en el dueño de la tiende de enfrente a un verdadero adversario a quien había que combatir por todas las armas. Por razón profesional, los Matus eran, púes, enemigos e los Somoza. Como si esto no fuera suficiente, sobrevino una cuestión judicial entre don Fernando y don Leandro por causa de un corte de brasil en las costas del Pacífico, la cual envenenó más las relaciones entre ambas familias. Pero aquel estado de ánimo tenía que manifestarse con hechos en la primera oportunidad.

   Don Leandro Matus, conservador recalcitrante, hombre esforzado y valiente y, por añadidura, aficionado a la esgrima, fue electo Alcalde de Jinotepe y una noche de luna que rondaba la población con una escolta de ciudadanos armados de machetes, se encontró con don Francisco Somoza que regresaba de la finca y el cual era portador de su espada de 6 cuartas que por la ley le era  permitido llevar. Don Leandro, aprovechando la ocasión ordenó el desarme y ante las protestas del joven Somoza se formó un bochinche.    Acometido Francisco por Matus y su escolta, pudo sin embargo, batirse en retirada hasta llegar cerca de la casa paterna donde Bernabé dormía con un acceso de fiebre. Acosado Francisco por la guardia, gritó: “Bernabé, matan a tu hermano”, y entonces saltando este de la cama y “veloz como el relámpago”, llegó al teatro de los suceso repartiendo planazos a los agresores con tal fuerza y destreza que rodaba por tierra el que lograba alcanzar con su espada. En pocas arremetidas consiguió Somoza dispersar y ahuyentar la escolta quedando solo frente a frente con Matus.

    Aquí principió un combate singular entre dos hombres valientes y diestros en el manejo de las armas. Era el choque de dos odios, de dos energías contrarias, de dos opiniones diferentes. Matus, el enemigo irreconciliable, el conservador sectario, el que aprovechando su carácter de Alcalde había querido ultrajar al hermano sin que este infringiera la ley;  Matus, el esgrimista conocido, se encontraba en un duelo brazo a brazo con un joven, ágil, fuerte, gallardo, ejercitado en el manejo de las armas y por añadidura de noble corazón y de ideales democráticos. Por varios minutos no se oyó más que el choque de los aceros, no se vio más que el brillar de las espadas al claro de la luna y el vaivén de las sombras, mas de pronto, como para poner fin a una situación angustiosa y sin otra salida, chocaron las armas y un golpe a fondo paralizó a Matus que sangraba por la frente cubierta la vista con un manto de sangre. Somoza suspendió el ataque a usanza de caballero.

   Al día siguiente se inició el proceso criminal, proceso que debía llegar a Granada, donde el conservatismo dominaba a los jueces y  donde el sectarismo político era el jefe de la vida social y política.

   Ante las perspectivas de una condenación o de persecuciones continuas, Bernabé Somoza emigró para El Salvador con su hermano Francisco. Somoza no era solamente un valiente, un esgrimista y un atleta, sino un hombre de ideales, que se instruía leyendo a Volney y a Juan Jacobo Rousseau, que se entusiasmaba con las doctrinas de los enciclopedistas, divulgando por todas partes los principios de la democracia y sus sentimientos de libre pensador convencido.

   Antes de partir para el Salvador, Somoza consultó con sus amigos de Managua y de León y fue con el beneplácito de ellos que emprendió la marcha. Cuando llegaron a tierra salvadoreña, Malespín que gobernaba aquel país estaba en guerra con Guatemala y los coquimbos que habían sido expulsados de todos los Estados de Centroamérica, habían ingresado a El Salvador y tomado servicio en el ejército que comandaba Cabañas.

   Llegados a la capital, los Somoza tomaron alta en el ejército y fueron despachados a Jutiapa para combatir contra Guatemala a una señal del Gobierno.  Corrían en aquel histórico momento la suerte de los coquimbos, los restos dispersos de la falange morazánica. De paso para la capital, los señores Somoza vieron a don Frutos Chamorro en San Vicente. Lucía Bernabé en aquel entonces, el hermoso caballo moro que le había regalado en Managua su amigo José Paíz.

   De Jutiapa regresaron los dos hermanos a la capital donde se disolvió el ejército, con consecuencia del arreglo de Malespín con Carrera.  Los coquimbos fueron hostilizados y se embarcaron para Nicaragua y los Somoza, que no pensaron un momento quedar inactivos, se enrolaron con las fuerzas del Gral. Balladares, que pelearon en Choluteca contra el ejército hondureño comandado por el Gral. Guardiola. En aquella jornada, a pesar de los prodigios de valor, perdió Balladares y Francisco cayó en el campo de batalla acribillado por las balas enemigas.

   Poco después Bernabé se reunía en León con los jefes Morazanistas y cuando las tropas de Malespín con las de Ferrara ponían sitio a la capital nicaragüense, Somoza se disputaba con los más valientes el honor de la defensa. Los hombres de Cabañas y de Somoza aparejados en la intrepidez y el heroísmo corrían de boca en boca entre los sitiados, hasta el punto que el gran Mariscal Fonseca, que era además de impuro y sanguinario, un costal de mezquindades y egoísmo, entro en celos con el primero por los vivas y ovaciones que le hacían al pasar.

   Cuando los coquimbos se evadieron de León para correr a El Salvador y ayudar al derrumbe de Malespín, Somoza que era familiar de la tertulia de la señora Bernarda Darío, de acuerdo con Valle y algunos Managua, resolvió allí mismo escaparse con armas para lo cual hizo un falso ataque por un lado escapándose por el otro. Los horrorosa guerra de malespín, llevada a cabo con el concurso de los granadinos y el cambio de Gobierno debido a las bayonetas extrañas, lejos de sumir al país en el abandono y la tristeza, le hacían despertar lleno de indignación y por todas partes se veían signos de nuevas tempestades.

   Somoza estuvo durante algún tiempo huyendo y como se le perseguía por el viejo asunto de Jinotepe resolvió presentarse y entablar su defensa.  Abogado y amigo de Somoza era don José Benito Rosales, liberal notable y uno de los hombres más respetados por sus conocimientos jurídicos y su honradez; y le prestaron su valiosa cooperación jóvenes ricos e ilustrados como Juan Lugo y Apolinar Marenco.

   Su esposa, doña Leandra Luna, de Masatepe, se trasladó a Granada y desde la casa hospitalaria de doña Joaquina Onorán, persona rica y liberal de abolengo, prestó a su marido las atenciones que le permitían las autoridades. El Juez, como medida preliminar, le mandó encerrar en un calabozo y ponerle grillos, y sus hazañas en el sitio de León que fueron bien conocidas, recibieron pronto el pago de una condenación. Días más tarde la justicia conservadora lo enviaba al Castillo a guardar encierro temporal y siempre con un par de grillos.

   Por aquel entonces el caudillo occidental más popular y más temido era el Chelón (José María Valle); y Muñoz, en contubernio con el Gobierno conservador, dispuso descabezar el movimiento que se acentuaba a favor del Licenciado Francisco Castellón, para lo cual inventó un complot y Valle fue confinado a San Juan del Norte.

   Después de cierto tiempo en que Somoza y Valle establecieron comunicación y que ambos lograron captarse la simpatía de sus guardianes y de la gente del Castillo y de San Juan, resolvieron  evadirse.  Valle, es bien sabido que era un insigne guitarrista que  cautivaba a las mujeres del pueblo lo mismo que a sus hombres, y Somoza que era un hombre blanco, apuesto, hercúleo y amanerado, tenía el don de cantar admirablemente. Era un ganador de voluntades.

   Valle y Somoza a un tiempo mismo se escaparon por la frontera de Costa Rica y después de atravesar Nicaragua pasando por Rivas, Masatepe, Managua y León, adonde se comunicaron con algunos amigos, se dirigieron a El Salvador para ejecutar planes que favorecieran a la oposición. 

   La señora Luna, a quien conoció el autor de este trabajo, murió hace pocos años y procreó de Somoza cinco hijos: Fernando, Quiles, Pío, Félix y la menor Guadalupe. Sólo Félix que también fue militar los sobrevivió, muriendo en Managua, el 1 de Enero de 1929.

   Dirigían a la sazón la política salvadoreña don Joaquín Eufrasio Guzmán y los coquimbos, enemigos de Malespín cuyo régimen habían derrumbado y por consiguiente había contra el gobierno granadino de Nicaragua, hijo del monstruo, la natural adversión que inspiran las imposiciones.

   Cuando Valle y Somoza llegaron a la Unión, encontraron en el puerto un crecido número de nicaragüenses, particularmente de leoneses, que esperaban a los jefes para armarse y verificar la proyectada invasión.

Poco después, con procedencia de la Libertad, llegó al Puerto de la Unión la barca “Veloz” que conducía armas y municiones de guerra, agua y víveres. El capitán y la barca se pusieron a las órdenes de Valle y 60 pasajeros se embarcaron en la expedición que comandaban el Chelón y Somoza. Organización, revista, toques de clarín, ensayos de las armas, arengas, entusiasmo y vivas atronadores, todo hubo en aquellos primeros momentos. El discurso de Valle, dicho de modo sencillo, pero expresivo, fue notable. Refiriéndose a los conservadores y a su gobierno tiránico se expresaba así: “Ellos nos arrebataron el poder con la fuerza de las armas extranjeras y con la fuerza de las armas propias vamos a recuperarlo y ponerlo en manos del gran hombre de Estado Licenciado don Francisco Castellón y del sabio Dr. Máximo Jerez, para restablecer el imperio de la Constitución que nos otorga los sagrados derechos de hombres libres, vilmente conculcados por ese partido de hombres soberbios y ambiciosos…… El valiente Somoza, llegará a Managua en donde están listos por las Sierras, y en el pueblo, nuestros amigos los liberales, para tomarse la plaza y para impedir que los granadinos pasen a auxiliar a Muñoz. Todo está preparado”.

   “La Veloz” cuyas velas infladas la empujaban hacia Nicaragua, llegó por fin a la Punta de Cosigüina.  Un bote fue a tierra y regresó para avisar que había gente esperando las armas para empuñarlas. Valle mandó de nuevo a explorar y pronto apareció un grupo agitando una bandera roja que era la señal convenida. El desembarque se verificó sin ningún accidente, la gente fue armada y organizada; el parque transportado en mulas y como cada soldado llevaba dos rifles, en el camino y al llegar al Viejo fueron presto empuñados. El ejército que a cada momento recibía avisos pudo por fin entrar marchando a Chinandega done las dianas se unían al alborozo de los habitantes. Tras un ligero descanso, la falange, que ya era un ejército de más de 400 hombres, se dirigió a León haciendo alto en Subtiava.

   Muñoz que era un militar astuto y experto se preparó a la defensa reconcentrándose a la ciudad. Mientras esto sucedía,  Somoza se desprendía del ejército invasor y emprendía viaje a las Sierras de Managua. Reunió a sus amigos, y los armó bajando como una avalancha sobre Managua, tomó sus cuarteles y organizó un pequeño ejército de 200 hombres. Pero llegó tarde. Los conservadores granadinos que conocían la situación de Muñoz, quien defendía a León con escasas fuerzas y que sabían tenía al frente a un cuerpo de veteranos de los que se habían batido contra Malespín, lograron, antes de que Somoza se posesionara de Managua, enviar un batallón de 300 hombres al mando del Coronel Ponciano Corral. Esa fuerza auxiliar que el gobierno de Sandoval ponía a las órdenes del General Muñoz, llegó a su destino cuando el hábil y experto militar había logrado rechazar dos veces al ejército de Valle; mas supo aprovecharse de ellos para perseguirlo hacia Occidente, dejando custodiada la plaza de León.

Después de los encuentros de Chichigalpa, Chinandega y el muy reñido en la hacienda Galarza, Valle se retira para correr en auxilio de Somoza que seguramente se batía en Managua contra fuerzas superiores. El Director Sandoval, que residía en Masaya, cuando supo que Managua estaba en poder de Somoza, intentó primero ponerse al frente de un ejército para recuperar la plaza; pero los Ministros y sus amigos lo disuadieron y fue nombrado entonces el General Ceferino Lacayo quien a la cabeza de 800 hombres atacó dicha ciudad.

   Somoza tenía colocada a su gente en los principales edificios de Managua: La Parroquia, San Miguel, las Almas de San Antonio, la casa de Alto y ciertas alturas de la costa el lago y le prestaban su concurso liberales esforzados como los Arce, Chávez, Prado, Paíz y algunos otros, entre los cuales José Dolores Estrada, que por el año de 48 aparece como tránsfuga, pasándose “con todo y bagajes al partido conservador”. El General Lacayo llevaba en su ejército un piquete de caballería al mando del capitán Leandro Matus, el enemigo jurado de Somoza.

   Cuando Lacayo lanzó su ejército sobre las poblaciones formando un semicírculo, tocó en suerte al Capitán Matus penetrar por la costa del lago donde Somoza había colocado un pequeño retén; pero mientras la caballería de Matus peleaba, el Jefe de la Plaza fue avisado de que dos de sus mejores soldados, José Navajita y el marido de la Chepa Rivera, habían sido alanceados y que el jefe enemigo era Leandro Matus.

    Rápidamente, con unos pocos dragones que le siguieron, Bernabé Somoza fue al encuentro de Matus y desde que se avisaron ambos jefes, haciendo señal a sus escoltas de permanecer alejados, se embistieron en singular combate. Bernabé portaba su lanza favorita que era de acero, engastada en un asta corta, gruesa y resistente, y Matus la suya. Con su brazo hercúleo, blandiendo el poderoso hierro, dio Somoza tal bote a su contrario que le arrancó de la montura y haciéndolo rodar por la playa lanzó este su último suspiro entre el aplauso y la gritería de los Managua. Por ese lado la escolta de Matus fue rechazada.

   Opiniones autorizadas aseguran que el General en Jefe era Leandro Lacayo y que el número de tropas era de 600 hombres.  La acción se terminó al atardecer con la retirada de aquel puñado de liberales que se habían batido como leones en proporción de uno contra cinco; pero dejaba a los contrarios tan diezmados y maltrechos que no pudieron perseguirlos. Valle, que llegaba esa misma noche, se reunió en el camino con Somoza y juntos atacaron la plaza que momentos antes evacuara el segundo. Llegó la osadía de Somoza a tal grado que penetró hasta el Cabildo, obligando esto al Estado Mayor de Lacayo a preparar sus caballerías para la fuga; pero escaseando las municiones de los asaltantes y teniendo en perspectiva un nuevo encuentro con las tropas de Corral que perseguían a Valle, resolvieron abandonar el intento y marchar a la frontera por caminos extraviados, burlando, poco antes de llegar a Nagarote, el encuentro con el Coronel Corral.

   Se refugiaron los emigrados en el Estado de El Salvador. La expedición de Valle, fraguada y preparada en territorio salvadoreño y con auxilio de su Gobierno, obligó al de Nicaragua a hacerle una reclamación internacional. “En el periódico oficial de Nicaragua que se llamaba entonces “EL REGISTRO OFICIAL”, se publicaron las notas diplomáticas del Ministro de Relaciones don Francisco de Montenegro para la Cancillería salvadoreña; en ella se dijo que la barca VELOZ en que vino la expedición revolucionaria había sido fletada por dependientes del Presidente salvadoreño y que las 400 armas y los dos millones de tiros que trajo habían salido de los almacenes de guerra de aquel Gobierno, así como las caserinas y los salveques correspondientes; que los preparativos todos se habían efectuado en el puerto de La Libertad, del cual se condujo la barca referida al de la Unión donde esperaban los revolucionarios nicaragüenses en número mayor de 70 personas.

   El REGISTRO OFICIAL por su parte, en la sección editorial, designaba al partido político llamado coquimbo como sugestionador y verdadero autor de la expedición. Consecuencia inmediata de esta guerra, fue el inconsulto decreto de proscripción lanzado por Sandoval contra todos los que hubiesen sido partidarios o amigos de Morazán y que habitasen el territorio de la República. En el calor de las pasiones, el Gobierno de Granada llenó las cárceles con presos políticos, muchos de los cuales fueron encadenados y obligados a trabajar en el camino de Granada a Masaya, haciéndoles sufrir bárbaros tratamientos.   El número de presos que por varios meses trabajó en aquella carretera pasaba de doscientos, provenientes muchos de ellos de El Viejo, Managua y León, donde los afectos a la revolución se contaban en cantidad considerable.

   El 23 de Marzo de 1846, el cabecilla Somoza asaltó las armas del cuartel de la Unión y después de organizar una segunda expedición se dirigió a Cosigüina y luego a Chinandega, la que tomó a principios de abril siguiente. Somoza estaba sumamente disgustado por el fracaso anterior y sobre todo porque el Gobierno, como una represalia, no solamente encarceló a multitud de sus amigos, sino que fusiló a varios de los Oficiales y tropa de la expedición de Julio de 45, y a estos se debe que haya cometido varios excesos y ejecutado a cuatro personas de importancia, de modo sumario, como respuesta a las violencias del Gobierno. De la misma manera las fuerzas gobiernistas pasaron por las armas el 15 de abril de aquel año de 46 a cuatro hombres de los de Somoza.

   Puede decirse que la matanza se presentaba como una cadena sin fin. No obstante los esfuerzos hechos por Somoza para penetrar al interior de la República se encontró nuevamente con una resistencia firme y bien dirigida en la cual había que ver a don Frutos Chamorro, Ministro de Sandoval, y al hábil estratega General Trinidad Muñoz, Jefe de Operaciones. Comentando todos esos sucesos de guerra y especialmente las medidas represivas que tomó el Gobierno de aquella fecha, publicó el Dr. Rosalío Cortés un folleto llamado “LAS SOMBRAS”, en el cual censuraba acremente la conducta del Gobierno como contraria a la Constitución, a las leyes secundarias y a los principios de sana moral. Este opúsculo dio lugar a una discusión con el Lic. Juan José Zavala, hombre notable aunque vanidosos y engreído, que pensó aplastar a Cortés sin lograr otra cosa que exhibir su sectarismo y su incapacidad como polemista.

   Por aquel entonces, a causa de las guerras intestinas y de la situación económica del país, el estado de desmoralización general se había agravado de tal manera que por todas partes surgían pelotones de forajidos o gavilanes, encabezados por hombres audaces y sin ningún respeto a la propiedad y a la vida de los habitantes.  Uno de estos grupos encabezado por Francisco Cacho y Trinidad Gallardo, (a) Siete Pañuelos, dio muerte a don Juan Fábregas, Comandante Militar de Somoto, el cual sea de paso fue quien negoció con Malespín y Ferrara la colaboración de los granadinos en el ataque y sitio de León del año de 44.


   Ya para terminar el período de Sandoval, se dio un Decreto de indulto o amnistía en el cual quedó comprendido el caudillo revolucionario don Bernabé Somoza, quien se dedicó a cuidar de su hogar y estableció en San Rafael del Sur una matanza o carnicería, que le permitió ganarse honestamente la vida.

   Sin embargo, no pudo Somoza sustraerse a la mala voluntad que le tenían los agentes del Gobierno porque en todos sus movimientos propagaba las ideas liberales con la palabra y la acción. Viéndose acosado y sin poder dedicarse a un trabajo lícito con tranquilidad y garantía, optó por hacer el contrabando, y en sus correrías tuvo ocasión de enfrentarse a las escoltas obligando a los agentes de policía o inspectores de Hacienda a trabar combate o huir del alcance de su poderosa lanza.

   Somoza era un magnífico jinete y el caballo que montaba no sólo era bien adiestrado, sino que daba las señales cuando se aproximaban sus perseguidores. Muchos de los actos de crueldad y hasta de ferocidad que le fueron imputados y pasaron a la leyenda son de aquella época azarosa y llena de peligros.  Vivía en constante correspondencia con los principales hombres del liberalismo y en Granada con Rosales; en Managua con Paíz, Arce, Chávez y Prado; en León con Valle y algunas veces con Muñoz, razón por la cual no se le perdía de vista y sus amigos contaban con él para las empresas más arriesgadas.

   El General Muñoz, que después de la Guerra de Malespín había concebido la idea de hacerse el hombre necesario y el verdadero árbitro de los destinos públicos, no obstante de ser Jefe de las Armas, fomentó disturbios militares siendo uno de tantos la excitativa que hizo a Somoza para que se tomara los cuarteles de Rivas y lo proclamase a él como Jefe de la Nación.

   En la ciudad de Rivas había descontento y se sentía el malestar público. Por un lado las masas populares y sus caudillos calandracas, obedeciendo sugestiones secretas de Muñoz, y por el otro el Comandante Militar Fermín Martínez, de filiación timbuco, que hostilizaba al pueblo en virtud de órdenes terminantes del mismo General Muñoz, Jefe Militar Supremo de la República, que impartía órdenes para reprimir vigorosamente cualquier manifestación anárquica.

   El pueblo del Departamento pidió por medio de Actas la separación de Martínez y el Ejecutivo desoyó la petición. El Comandante Martínez, ofendido por la actitud del populacho, dio órdenes enérgicas a sus soldados, en lugar de conciliar los ánimos; y un día, en momentos en que un grupo pasaba frente al cuartel, el centinela hizo fuego matando a un vecino de Buenos Aires (Departamento de Rivas).  Enardecidos los ánimos, hubo refriegas pero los grupos se disolvieron para reunirse al día siguiente, 4 de junio de 1849, y entonces, ya armados, se lanzaron sobre el cuartel y le pusieron sitio, asaltándolo definitivamente el 15 de junio y matando a Martínez en su huída.

En la sociedad rivense hubo espectación y muchas familias, atemorizadas, se refugiaron en las haciendas o en la vecina República de Costa Rica. Entre los fugitivos se contó don Rafael Lebrum, uno de los caudillos del Partido Timbuco que con don Frutos se había empeñado en destruir la Constitución de 38 y reemplazarla por la dictatorial que patrocinó Chamorro en la Constituyente anterior.  El señor Lebrum  durante fue Prefecto y Gobernador militar de Rivas, había sido duro y opresivo con los calandracas y por esta circunstancia era mal querido. Cuando el pueblo supo que en su finca “El Palmar” se encontraba preparándose para auxiliar a Martínez, según una especie de calumnias que hicieron circular sus enemigos, varios grupos le persiguieron dándole alcance en Sucuyá donde fue herido y muriendo poco después en Potosí.

   Mientras se producían en Rivas los primeros disturbios, Somoza era llamado a Masatepe para que se pusiera al frente del movimiento y pronto puso al departamento en armas, haciendo su cuartel en San Jorge.   Una vez que Somoza organizó su ejército, como de 400 hombres y puso la ciudad de Rivas en estado de defensa, asumió una actitud independiente, que no hacía el juego del General Muñoz.

   El Comandante General, entre tanto, no daba pasos para sofocar la revolución meridional pensando que con eso aumentaba la necesidad que había de sus servicios y, por otro lado, los granadinos a quienes tocaba muy de cerca el incendio, comprendieron que era urgente apremiar al Director Ramírez para restablecer el orden y una Comisión de notables fue enviada a León con tal objeto. Pronto estuvo Muñoz en llegar con una fuerte columna a Granada donde don Frutos Chamorro ya estaba preparado con otro de 400 hombres que serviría de auxiliar.

   Como la marcha tardaba, los granadinos se impacientaron y por último se encaminaron a Rivas donde Somoza atacó a Muñoz el 14 de julio con toda decisión. Después de 4 horas de combate y como a las 4 de la tarde, cuando la lucha parecía pronunciarse a favor de Somoza, una columna de cien hombres al mando del Coronel Pineda, llegó a tiempo de salvar a Muñoz, determinando el triunfo del Gobierno. En el campo de batalla fueron recogidos como 50 muertos, varios prisioneros y heridos, un cañón con sus pertrechos y numerosos fusiles y lanzas.  

   La lucha había sido reñida y los hombres de Somoza pelearon con bizarría. El Coronel don Frutos Chamorro, segundo Jefe de la expedición, con su columna de 400 hombres, llegó al teatro de los sucesos una hora más tarde y fue encargado de hacer la persecución de Somoza a quien dio combate en San Jorge, Cuartel General del Jefe Revolucionario.  En pocos momentos le derrotó haciéndole seis muertos, varios prisioneros y tomándole una culebrina, 70 fusiles y gran cantidad de material de guerra.


   El caudillo rebelde, creyéndose garantizado con el Coronel Chamorro, por sus antiguas relaciones, se presentó a éste de manera teatral en casa de la Cantona, guapa mujer que había sido su amante, entregándole la espada.   Aquella misma noche del 14 de julio fue conducido Somoza a Rivas, procesado y después de someterlo a un Consejo de Guerra presidido por Muñoz, fue condenado y pasado por las armas el día 17 a las ocho de la mañana.  Cuando el Jefe revolucionario fue preso, le dijo a don Frutos: “Ve, Indio, aquí tengo las cartas de Muñoz que me salvan”.  Y el Coronel Chamorro replicó: “Esas son las que te van a perder”.

   Una vez ejecutado Somoza, el Sr. Gámez en su libro de historia dice lo siguiente: “El cadáver de Somoza fue colgado de un poste, en una de las principales calles de la ciudad, en donde permaneció bárbaramente expuesto por tres días, hasta que la fetidez vino en su auxilio y le propinó una humilde sepultura.

   En aquel drama sangriento hubo un brote de malas pasiones y de instintos primitivos, barbarie canibalesca, rencores ocultos, el odio a un rival que se erguía y la ocasión de saciar sentimientos bajos que expoliaban la ambición de los otros caudillos”.  “La sangre de Somoza no fue suficiente para aplacar la saña de los vencedores”.  Los inseparables compañeros de Somoza: Juan Lugo, Camilo Mayorga, Apolinar Marenco (a) VEINTIUN MARENCO, Esteban Bendaña, (a) Pollo, personas apreciables, fueron juzgados, sentenciados y ejecutados en los días siguientes por aquel tribunal, implacable como el Dios Moloch. Personas de alta responsabilidad política y social como el Licenciado Laureano Pineda.

   el Alcalde don Máximo Espinosa y el cura de San Jorge, en una información judicial seguida poco después de los acontecimientos de Rivas, son acordes en declarar que los actos delictuosos cometidos en aquellas circunstancias no emanaron de la voluntad de Somoza, ni fueron ejecutados por éste.  Pero el cadalso levantado tenía por objeto arrebatar y suprimir al caudillo que, haciéndose eco del clamor general, reivindicaba los derechos del pueblo despotizado y oprimido por una oligarquía política militar egoísta y ambiciosa.

   Aquel caudillo que apenas contaba 34 años, inteligente, fuerte y vigoroso, hombre bien parecido que sugestionaba las masas una veces con su fuerza hercúlea o al brillar de su espada y otras con su cautivante voz de barítono, amenazaba la clase aristocrática. Por esa razón, los conservadores de Granada y los liberales del Gobierno de León, en contubernio decretaron su muerte. Y por esa misma razón y para justificar el oprobioso cadalso, las historias oficiales y el ambiente formado a su memoria, le presentan como un terrible guerrillero y el bandido más feroz y sanguinario que puede imaginarse (MONTÚFAR).


   El poco éxito que tuvo Somoza en su corta carrera político- militar, se debe en primer término a su naturaleza impulsiva y orgullosa, que no admitía consejo y le hacía prender en ira cuando era engañado, de tal manera que buscaba la revancha y se procuraba la justicia por su propia mano. Era en cierto modo confiado y candoroso, lo que nos indica un fondo de honestidad y buena fe que a menudo fue burlado; pero su natural valiente y esforzado como un Quijote silvestre, confiaba a su brazo desfacer entuertos y arreglar la justicia transeúnte.

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