miércoles, 15 de junio de 2016

DARÍO VISTO POR UN AMIGO POR HILDEBRANDO A. CASTELLON






Hacienda Saratoga, Catarina, a la orilla de la laguna de Apoyo,
Diciembre 7, de 1907,
De izquierda a derecha: Dr. Hildebrando A. Castellón, Rubén Darío y Alejandro Bermúdez


DARÍO VISTO POR UN AMIGO1


PERTENECE a la clase de desequilibrados superiores estudiados por Toulouse. Su obra literaria es una gigantesca FANFARE en que las voces graves rudas del helicón, se aparean a las melodiosas armonías de la flauta y las sibilantes entonaciones del oboe.

Darío es un aclimatado de la tierra de Hugo y Daudet, de Peladam y Verlaine.

Cazador infatigable de lo bello en lo ideal, nuestro poeta revela culminantes rasgos de un pueblo, de una raza, de una latitud.

Organismo superior, temperamento especial, es más un creador que un transformador de ese ideal de belleza  que hoy se muestra al mundo intelectual para ser admirado y mal imitado.

La  obra de Darío no está destinada a crear prosélitos o admiradores en las clases populares, porque él es el hombre de los cenáculos y sus jueces deben ser iniciados en el arte y rubricados en la aristocracia de las letras.

Representante genuino del dandismo literario, es el artista de las finas pinceladas, de los ricos y delicados coloridos y de las variantes más caprichosas.  La música de un Gounod o de un Cimarosa, como los cuadros del Correggio o las acuarelas de un Watteau, deben sumergirle en exquisita réverie.

Su producción literaria ha pasado en revista el vasto escalafón de la poesía castellana.  Todos los métodos y todas las escuelas modernas y aun antiguas denuncian su filiación en el maremágnum de esa erupción continua que forma su bagaje intelectual.

Su vida es una agitación perpetua con oscilaciones impulsivas que denuncian la perseverancia, y medrosos desfallecimientos que exhiben su timidez.  Es una novela de interesante drama.

Su naturaleza pasional, su carácter de indecisión y apocamiento moral, han creado alrededor de su vida una como atmósfera donde la tristeza, el dolor, las decepciones, las esperanzas desvanecidas, las emboscadas de la traición, la intranquilidad, la incertidumbre, formen el casco de ese globo dirigible que lleva por timonel la ilusión que es la rosada esperanza de algo mejor.

El secreto de sus triunfos literarios está más en la exageración de sus concepciones y en la música sui géneris de sus palabras, que en la trascendencia de sus ideas o la tenacidad de una lucha intensa por un ideal de belleza.  La biografía analítica de Rubén Darío sería su muerte, su condenación. Su obra hay que contemplarla de lejos como las Madonas de Rafael o la Gioconda de Vinci: su proximidad las desfigura.

Hay gentes que prefieren la literatura de las ideas a la literatura de las imágenes o de las palabras floridas; para esas no hará historia Rubén Darío; pero todos encontrarán en sus escritos, sensaciones vivas, observaciones picantes, emociones sinceras, que estoy seguro aceptarán con beneplácito para figurar en el interesante capítulo destinado al estudio intimo del espíritu y corazón humanos.

La filosofía del laureado bardo, es como su literatura: ningún sistema, ni escuela le monopoliza.  A veces se le observa lleno del más acabado misticismo cristiano, salmodiando con piadosa devoción la enseñanza bíblica, ora entona cantos panteísta ora aparece como escéptico o incrédulo.

Darío, cuando habla nos hace a veces el efecto de un viejo sibarita o mejor, de un venerable cura de aldea, apegado a las costumbres clásicas, con la untuosidad y BONHOMIE de la tradición, que exige se hable con voz baja, pausada, a veces entrecortada, sembrando de adjetivos y cuentos la conversación, y recordando así aquellas figuras de Balzac.  A veces parece distraído, y sucede con frecuencia, con gran sorpresa de sus íntimos, que pierde la memoria de los hechos que no han herido su cerebro o sacudido violentamente sus nervios.

Socialmente es un tímido. No pertenece a esos hombres de relumbrón de espíritu atrevido que hacen su fuerte de lo imprevisto, dilettantes de salón, caballeros de la pulcra forma, que exhibe en sociedad su desembarazo y habilidades como saltimbanquis en un circo.  Modesto, pero amanerado, revela sobre su semblante los reflejos de una nostalgia indecible.

Como ciertos espíritus cultivados y nacidos en el vaivén de la vida mundana; Darío es un “gourmet”.  Su paladar amaestrado distingue con singularidad los refinamientos del arte culinario y sus capacidades técnicas para el arreglo de un menú son proverbiales entre sus amistades.

Posee Darío, no solamente hábitos de refinamientos que se reclaman del Occidente y del Oriente, sino que como Bolívar, que vaciaba en pocas semanas más de treinta mil duros en las capitales de Europa, nuestro poeta suele a veces ser más que un generoso, un pródigo y la leyenda cuenta que una DEMI MONDAINE, cuyo nombre de guerra fue cantado por Víctor Hugo, Marion Delorme, le hizo disipar en ocho días, muchos millares de francos.

Rubén es el incomparable rizador de pensamientos, que ha sido aclamado por las huestes intelectuales de América, príncipe de la poesía castellana; la crítica, con escalpelo erizado y el tiempo con su noche de olvido, dirán mañana si esta exaltación fue usurpada, o si merece consagrarla, reservándole un palco de honor en la historia literaria de los siglos XIX y XX


Fígaro

DR. HILDEBRANDO A. CASTELLÓN
Guatemala 1915
(Graduado en París- La Sorbona- 1900)

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[1] El Dr. Hildebrando A. Castellón era el Vicepresidente del Comité de Recepción a Rubén Darío, de la Capital, Managua.  Y en ese carácter le tocó subir al vapor San José, en el puerto de Corinto,  por la mañana del 24 de noviembre de 1907 para darle la bienvenida a Nicaragua al gran Vate.  La anécdota es contada por el profesor Edelberto Torres, en su libro: La dramática vida de Rubén Darío, editorial Nueva Nicaragua, 1972, página 286, que a la letra dice: y cito: «Como encargado de la bienvenida, el Dr. Castellón se adelanta, abraza a Darío y le dice: «Querido poeta venimos en representación de la intelectualidad nicaragüense, a daros la bienvenida en el momento dichoso para vuestra patria en que volvéis a ella coronado de laureles.  Nicaragua se ha puesto de plácemes desde que se anunció vuestra llegada, porque sabe lo que sois para ella: Su hijo más ilustre, y que si le debéis la existencia, os debe vuestra gloria que es su blasón más preclaro».  Fin de cita.                  


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